martes, 26 de septiembre de 2006

La Cárcel de María Carolina Geel


Hoy es un lunes diferente, amanecí con intenciones de hacer cosas nuevas y terminar asuntos pendientes, como por ejemplo, ordenar el escritorio, el cual parece una bodega del siglo pasado. No me extrañaría encontrar un tenedor, un trozo de pan mordisqueado, e inclusive mitades de galletas, o el cenicero que aún no encuentro en el resto de la casa.
Tratando de ordenar este paquete de virutilla me enredé en un libro de ciento seis páginas, escrito por la escritora chilena Georgina Silva Jiménez, quien usaba el pseudónimo de María Carolina Geel.

Tomé el pequeño libro entre mis manos y una sensación extraña de recorrer nuevamente sus páginas me hizo leerlo de nuevo. Se trata de “Cárcel de Mujeres” escrito desde la realidad más cruda que significa estar privada de libertad, pues María Carolina Geel, en el año 1950 disparó a su amante hasta causarle la muerte, en el lujoso hotel “Crillon”, lugar que por esa época era un punto de encuentro social de la burguesía santiaguina. Este acto le significó una sentencia de tres años y un día. Su fama de novelista, crítica literaria y ensayista llevó a que Gabriela Mistral pidiera su indulto al Presidente Carlos Ibáñez del Campo.

La obra de María Carolina Geel, se caracteriza por tratar temas de mujeres de una manera transgresora, sin miedo a romper con lo establecido. El prestigio por su pluma llevó a que Alone la impulsara a escribir mientras se encontraba recluida, naciendo así Cárcel de Mujeres. La palabra toma vida y la rescata de perecer. No encontraremos en sus líneas una confesión, muy por el contrario, Geel se aboca a narrar la realidad de las otras reclusas, convirtiéndose así en alguien invisible que puede observar todo con tranquilidad. Su capacidad de observadora secreta le permite descubrir un mundo del cual ella es partícipe pero a la vez ajena, va por los pasillos almacenando en su voz el alimento necesario para satisfacer el oficio y calmar sus días.

Al terminar de leerla me quedé pensando en todo lo que debió haber sentido para cometer aquel episodio, de la forma que amó o de lo mucho que debió haber sufrido para tomar aquella decisión, la cual se ve reflejada en el último episodio del libro, que dice:

“Cuando iba a partir, tuve la penetrante intuición de “algo”. Pensé que no regresaría. Guardé el arma en el bolsillo y escribí un papel, dejando una suma de dólares a determinada persona. Hubo un momento en que busqué cierto ridículo ante mí misma e intenté ampararme en él, pero al pensarlo y reconocer la profunda fatiga de mi ánimo, la certeza de que jamás, pese a haber vivido tanto, hallé un ser íntegro y fuerte y de que mi propia jornada fue una sola frustración, una disonancia, ví que yo estaba soportando unos días aciagos que no llegaría a resistir más. Frente a ello el ridículo era una pobre cosa que no se sostenía a sí mismo. Y no me salvó. Y allí, y llegué allí, y ante aquellos ojos vagos el acto monstruoso estalló de mi ser y todo se precipitó, consumado. Para siempre. ¿Quién comprenderá? Para siempre.
Si puse un arma en el bolsillo, si cuando me dirigía hacia allá, por el camino me asaltó la ansiedad de que no vería nunca más el hondo verde de la naturaleza, el aire azul, las viviendas de los hombres y dije a aquel chofer que fuese más lento, ¿iba yo ciertamente al encuentro de mi muerte? La libertad de morir había sido cultivada, meditada pro mí desde muchos “estados”, es decir, era ella la reserva delicada de las tristezas que trajeron los años, el acto simple de una soledad impenitente, la decisión justa que resultada de una incapacidad casi patológica de estar entre los seres, la meta natural de esa grave y constante angustia de no servir para nada ni para nadie. ¿Iba pues, hacia el fin? Si iba, ¿Qué transmutación animal degeneró mi voluntad? Quizás hay climas morales que al saturar inficionan, y yo recuerdo mucho que el transcurrir de esas horas, de esos días, era denso, atribulado y estaba como regido por las leyes mudas de la muerte.
A menudo yo me sorprendo ensimismada, de pie, en el centro del cuarto, igual que muchos, seguramente, antes que yo; igual que hoy mismo muchos otros en las cárceles del mundo”.

El libro nos hace entrar a ese mundo que ahora conocemos por los diferentes programas de televisión, pero en aquel tiempo, la cárcel era sinónimo de hermetismo. En presidio escribió Cervantes y Oscar Wilde, pero es María Carolina Geel quien nos acerca a una intimidad misteriosa, llena de silencios gritados, donde la noche se comparte con ausencias que van más allá de cualquier soledad conocida.

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